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noviembre 10, 2009

Tres razones para temerle al Cisen

por Mauricio González Lara

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Quizá el Cisen no sea tan glamuroso como la CIA o el Mossad, pero les podemos asegurar que, en la práctica, puede ser igual de ojete.

Desde su creación, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) ha sido objeto de las más paranoicas “teorías de la conspiración”. La mayoría son falsas; no obstante, hemos encontrado por lo menos tres buenas razones para temerle a “la CIA mexicana”

1)      Lo que menos le interesa es la seguridad del Estado

De acuerdo con sus documentos oficiales, el Cisen es un órgano civil y desconcentrado dependiente de la Secretaría de Gobernación cuya razón de ser es generar inteligencia en materia de seguridad nacional. Su misión es manejar un sistema de análisis estratégico, táctico y operativo que genere información privilegiada para la toma de decisiones, que alerte sobre amenazas y riesgos internos y externos a la seguridad nacional, y que preserve la integridad, estabilidad y permanencia del Estado mexicano, todo, supuestamente, en el marco de un gobierno democrático y de respeto al «estado de derecho».

Si nos atenemos a las definiciones técnicas de “labores de inteligencia”, se entiende que son todas aquellas acciones legítimas para anticipar y prevenir los riesgos naturales con los que puedan verse involucradas las fuerzas de seguridad en el país. Concretamente, la “inteligencia” es el conocimiento especializado que el Gobierno requiere para tomar las mejores decisiones posibles respecto a fenómenos que imponen un obstáculo al interés del país. El concepto de “amenaza a la seguridad nacional” es amplio y cambiante, pero se delimita en función de un sencillo criterio: la viabilidad de las reglas es instituciones en las que descansa el contrato social. Así, una amenaza puede ser un desastre natural, intrigas de una nación antagónica, actos terroristas, sabotaje, o como ha sucedido en tiempos recientes, grupos criminales cuya omnipresencia ponga en peligro a las estructuras mismas del Estado, como es el caso del narcotráfico.

Bajo estos criterios, los organismos de inteligencia mexicanos nunca han cumplido a cabalidad con el objetivo para el que fueron creados. No por negligencia –de hecho, la inteligencia mexicana dista mucho de estar aquejada por el tercermundismo característico del resto de la burocracia azteca-, sino por una razón de mera conveniencia: el Cisen, así como el resto de los cuerpos de seguridad nacional no militares, responde a las necesidades políticas del presidente y el partido en el poder, y no a los intereses supremos de la nación. Siempre ha sido así. El Cisen fue creado en 1989, en sustitución de la Dirección de Investigación y Seguridad Nacional, que a su vez era el reemplazo de la temible y temida Dirección Federal de Seguridad, la cual operó de 1947 a 1986. La Dirección Federal de Seguridad, moldeada por el ya fallecido Fernando Gutiérrez Barrios, nunca maniobró como un órgano de seguridad, sino como una especie de policía política del binomio PRI/Gobierno: lejos de elaborar escenarios y ejecutar planes disuasivos que garantizaran la supresión permanente de los riesgos a la nación, la Dirección Federal de Seguridad se dedicó a aplastar sistemáticamente a todas las voces disidentes que pusieran en riesgo el sistema de partido hegemónico que gobernó al país durante más de 70 años. El saldo de esa “guerra sucia” fueron decenas de desaparecidos políticos y una nula capacidad de acción frente a los verdaderos enemigos del Estado.

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No es casualidad que, una vez desmembrada, varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad se dedicaran al secuestro, como se puede comprobar si se revisa el historial de las principales bandas criminales de años recientes. Incapacitado por ley para realizar arrestos, así como despojado de las prerrogativas supralegales con las que sus agentes se manejaban en los tiempos de “Don Fernando”, el Cisen quizá sea menos temible que la difunta Dirección Federal de Seguridad; sin embargo, sí parece compartir su principal defecto: la sumisión de sus funciones a la conveniencia política del gobierno en turno. Va un irónico ejemplo: hace unos meses, Manlio Fabio Beltrones, líder de la bancada priista en el Senado, se quejó públicamente de que el Cisen lo espiaba día y noche, y en específico, solicitó la renuncia de su director Guillermo Valdés Castellanos (muy amigo, por cierto de Felipe Calderón). Según Beltrones, en colaboración con el entonces presidente del PAN, Germán Martínez, el Gobierno utilizaba al Cisen para acusar a candidatos priístas de presuntas relaciones con el crimen organizado. ¿Y la seguridad nacional? Bien, gracias.

2)      Es menos ineficiente de lo que pretende.

Hace un par de años, tras los bombazos en instalaciones de Pemex, cuya autoría reivindicó el  Ejército Popular Revolucionario (EPR), la administración de Felipe Calderón difundió que el Cisen estaba desmantelado, y que sus recursos eran casi nulos. Según el ejecutivo, nuestros espías, si es que se les podía llamar así, eran prácticamente de juguete. El dinero, empero, muestra otra realidad: durante la presente administración, el Cisen ha recibido aumentos presupuestales sin precedente. De 665 millones de pesos ejercidos al inicio del gobierno de Vicente Fox, hace 9 años, se ha pasado a 2, 439 millones de pesos asignados en este 2009. ¿Cuál desmantelamiento? Sergio Aguayo, autor de La Charola: una historia de los servicios de inteligencia en México, ha elaborado una interesante hipótesis de trabajo. Palabras más, palabras menos, Aguayo sostiene que hay cuatro grandes sistemas de inteligencia en México: dos privados -el del Sindicato Nacional de Maestros de Trabajadores de la Educación (SNTE) y el de la iglesia- y dos federales, el del ejercito y el Cisen. La CIA, supone, cuenta también con uno en sus consulados. Cuando asumió la presidencia en el 2000, Vicente Fox ordenó la reducción de atribuciones del Cisen, en aras de reordenar el esquema de seguridad.

Antes de su muerte en un accidente automovilístico, Adolfo Aguilar Zínser, ex Consejero de Seguridad Nacional de Fox, le comentó a Aguayo que la orden no había sido ejecutada tal y como se había difundido: por el contrario, el sistema de información del Cisen se había desagregado de tal forma en que, si una persona ajena a los intereses de la agencia solicitaba el expediente de un personaje, sólo aparecían datos inocuos; en cambio, si un funcionario del círculo interno requería el mismo expediente, el sistema se agrupaba y se producía información detallada y pormenorizada de todas sus actividades. Según Zínser, el Cisen nunca se desmanteló, simplemente se reinventó para alejarse del radar de la opinión pública.

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3)      ¡Cuenta con su propia escuela para espías! 

Aquellos obsesionados con jugar al agente secreto en el surrealista tablero político mexicano ya cuentan con una razón para salir a celebrar a las calles: no hay necesidad de viajar a Estados Unidos o Israel, ¡México ya tiene su propia escuela para espías!  Hace unos meses, Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación, anunció la creación de la Escuela de Inteligencia para la Seguridad Nacional (Esisen), dependiente del Cisen. Su objetivo: “la formación de cuadros especializados en las materias de inteligencia civil para la seguridad nacional y cualquier otra necesaria para mantener la permanencia del Estado mexicano.” Lamentablemente, una vez en operación, las convocatorias no estarán destinadas al público en general, sino sólo a las entidades gubernamentales relacionadas con las tareas de seguridad nacional. Nadie dijo que la vida de espía fuera fácil.

**Este texto se publicó en el especial de «conspiraciones» de la revista Deep de este mes de noviembre.

***Más sobre conspiraciones:

Top 5: Teorías de la Conspiración

Entrevista con Julio Patán

 

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noviembre 4, 2009

Top 5: Teorías de la conspiración

por Mauricio González Lara

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Aunque podríamos elaborar una enciclopedia sobre los cientos de teorías de la conspiración que animan el paranoico imaginario cultural de esta primera década del siglo, hemos decidido resaltar las cinco que, a nuestro juicio, guardan más vigencia y delirio.

1. Invasión alienígena

De todas las teorías de la conspiración, quizá la que se antoja más inofensiva sea la más popular de todas: la confabulación extraterrestre, consistente en creer que existe un plan maestro alienígena para dominar el planeta. Sin embargo, creer en alienígenas es menos intrascendente de lo que parece. Según datos de la Sociedad Estadounidense de Psiquiatría, existen alrededor de cuatro millones de norteamericanos que aseguran haber sido “abducidos” en los últimos 30 años; todos sostienen haber sido secuestrados y llevados a una nave espacial, donde fueron sujetos a los más humillantes experimentos (intrusiones psíquicas, violentas auscultaciones, abusos sexuales de diversa índole, entre otros numerosos horrores).

Los encuentros con los extraterrestres se dan en solitario, mientras la víctima conduce por un camino poco transitado, o mejor aún, cuando duerme en su cama. La primera señal de un “encuentro cercano del tercer tipo” es la aparición de una luz cegadora que paraliza por completo al individuo. Muchas veces, como consecuencia de la acción de este rayo, el “abducido” se descubre en pleno acto de levitación sobre su cama, para después ser transportado, sin turbulencias ni injerencias del mundo exterior, hacia un platillo volador de enormes dimensiones. El grueso de los secuestrados no recuerda con precisión lo ocurrido durante los días posteriores a la “abducción”; no obstante, conforme pasa el tiempo, los destellos o flashbacks de lo que en verdad sucedió acosan la mente de la víctima. Además de los agravios, los abducidos recuerdan el horrible aspecto de los alienígenas (seres de ojos enormes y de piel verde grisácea), así como la comunicación telepática que mantenían entre ellos.

En paralelo a estos relatos, varios dizque expertos en el fenómeno “extraterrestre” formulan hipótesis en las que, grosso modo, se especula que existe una gigantesca conspiración para mantener en secreto los experimentos. Bajo esta dinámica, la explicación de las abducciones es obvia: los alienígenas pretenden colonizarnos, y la conquista será más fácil en la medida en que estos seres del espacio exterior nos conozcan mejor como especie. Las teorías más extremas, como las que recoge la mitología al estilo de Los expedientes secretos X, aventuran que, a cambio de salvar el pellejo una vez que prospere la invasión, las élites ya han negociado el apocalipsis: en cuestión de unos años vendrá el golpe definitivo y la “solución final” para eliminar a la raza humana será una realidad. La utilización de la imaginería nazi no termina ahí. Inspirados por la Operación Valquiria, plan que intentó dar un golpe del estado contra Hitler en la Alemania nazi -y que se basaba en subvertir un plan de emergencia que suponía ceder el control del país germánico a las milicias en caso de la eventual muerte del führer-, se creará una crisis sanitaria de proporciones bíblicas; una pandemia mortal y en extremo contagiosa, generada por los mismos extraterrestres a partir de sus experimentos con los “abducidos” (sobra decir que los conspiradores humanos serán los únicos que posean el antídoto).

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En Estados Unidos, el control del andamiaje político y de los cuerpos de seguridad será asumido por la Federal Emergency Management Agency (Asociación Federal de Control de Emergencias, o FEMA, por sus siglas en inglés), la cual fue constituida durante el gobierno de Jimmy Carter como un organismo con capacidades para decretar un estado de excepción en caso de que una emergencia ambiental la obligará a ejecutar medidas extremas. Una vez en el poder, la pandemia se propagará, la raza humana será sometida y sólo los conspiradores humanos podrán continuar con vida, probablemente en reservaciones, como si fueran animales en un zoológico. No todos los creyentes en el complot alienígena son tan apocalípticos.

Existe, en menor medida, otro sector que sostiene que, lejos de ser inconmovibles conquistadores, los alienígenas son seres bondadosos, casi divinos, cuya intención es sublimarnos como especie. Como relata la periodista Laura Castellanos en su libro Ovnis: historia y pasiones de los avistamientos en México (Mondadori), esta tesis encontró eco en nuestro país en las décadas de los 60 y 70, cuando incluso se llegaron a ver multitudinarias manifestaciones en Reforma para darles la bienvenida a los visitantes del espacio.

¿Por qué tanto azote frente a los mitos extraterrestres? En principio, las teorías en torno a alienígenas gozan de un elemento clave en toda idea susceptible de ser propagada viralmente: una dosis de verosimilitud. No resulta irracional suponer que seamos los únicos seres vivos inteligentes en el universo; por el contrario, lo ilógico sería suponer lo contrario. Por otra parte, la cualidad pop de los “extraterrestres” los hace receptáculos perfectos de la histeria social. Es un hecho científico probado: en su libro Hysterical Epidemics and Modern Media, la doctora Elaine Showalter afirma que existe un síndrome clínico-sociológico para explicar el alto número de personas que afirman haber sido abducidas:

“El trastorno por abducción extraterrestre es una «epidemia histérica»: un trastorno psicógeno estimulado por los medios de comunicación, quienes diseminan información paranoica que favorece que aparezcan más enfermos. La histeria aparece cuando alguien expresa estrés o infelicidad a través de síntomas que carecen de explicación clínica. Al carecer de información, los medios culpan a causas como virus, abusos sexuales, armas químicas, conspiraciones satánicas o alienígenas infiltrados. El miedo se refuerza y el resultado termina siendo un cuadro más grave que los síntomas físicos originales.” ¿Para qué tanta histeria? Mejor hacerle caso a la doctora Showalter: no creamos en conspiraciones alienígenas, pues no sólo nos hace ver ridículos y paranoicos, sino que literalmente le hace daño a nuestra salud.

2. La conspiración judía

Como sostiene Julio Patán en su libro Conspiraciones (Paidós, 2005), ninguna teoría del complot es más antigua que la conspiración judía, la cual supone la existencia de un gobierno secreto que desde hace siglos (o acaso milenios) urde intrigas para lograr el dominio del planeta. El mito de la “conspiración judía” ha renacido una y otra vez a lo largo de la historia y en geografías muy distintas. De los tiempos en que San Agustín los acusaba de haberse aliado con el diablo a los señalamientos hitlerianos de que eran la escoria del planeta, sin olvidar los linchamientos a los que fueron sujetos en la Edad Media, o la satanización que aún se hace de ellos en los sectores fundamentalistas del mundo islámico, los judíos siempre han sido blanco recurrente del odio.

La teoría que anima los enconos más intensos es la que postula que existe una camarilla judía que, vía una red mundial de organismos camuflados, controla partidos, gobiernos, la prensa, la opinión pública, los bancos y la marcha de la economía. Este plan de dominio está plasmado en una serie de escritos que, en conjunto, se conocen bajo el nombre de Los protocolos de los sabios de Sión. Publicados en 1894, estos textos describen un rebuscado plan judío-masónico consistente en colocar a varios de sus miembros en todos los centros de poder con el fin de esclavizar al resto de la civilización. Para ser exitosa, la conspiración debe desdoblar, entre otras acciones, el cataclismo financiero del orbe, la asunción de un judío como Papa (de manera encubierta, desde luego), el debilitamiento de las religiones a causa de la promoción del libre pensamiento y el control de la maquinaria cultural.

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Los Protocolos de los sabios de Sión fueron los fundamentos dizque académicos en los que el nazismo basó la cruzada antisemita que terminó con la vida de cinco millones de judíos. En la actualidad, independientemente de los conflictos religiosos en el Medio Oriente, existen periferias donde aún se cree con fervor en la tesis de la conspiración judía mundial. Un ejemplo de esto son las milicias ultraderechistas que manifiestan que se avecina el establecimiento de un Gobierno Sionista de Ocupación (ZOG, por sus siglas en inglés), el cual ya controla a la mayor parte de las naciones blancas del planeta. La estrategia del ZOG es una pesadilla para la supremacía aria: mermar la integridad racial de las naciones blancas hasta convertir al grueso de su población en una mixtura racial, a la vez que asumen el control de los bancos y el sistema financiero.

La coyuntura ha revivido la paranoia: Barack Obama, bajo la visión de estas milicias, es una vil marioneta de los judíos, así como la actual crisis económica global es un paso más hacia el triunfo del sionismo. Una vez que los blancos no sionistas desaparezcan, los judíos saldrán de las sombras, removerán a los mestizos como Obama y asumirán su rol como el pueblo elegido de Dios.

3. ¡Paul está muerto!

La única realeza posible en este mundo mediático es la que brinda la celebridad: ser famoso por una alta exposición en los medios de comunicación equivale hoy a adquirir un status social que antes sólo era posible mediante la prosapia o el abolengo.

Ahora bien, ser una celebridad que rebase los 15 minutos de fama warholianos implica convertirse en algo más: en una figura ajena a las leyes humanas, en un dios que vivirá por siempre en la cursi pero omnipresente imaginería pop. Alcanzar este status no es fácil: amén de talento y personalidad, se requiere de generar una genuina conexión emotiva para mantenerse vigente en el corazón de las personas. Aunque todo apunta a que Paris Hilton, la primera diosa cultural sin otro talento que la celebridad misma, se convierta en la primera excepción a esta regla, lo cierto es que Elvis Presley, John Lennon y Michael Jackson eran estrellas de enormes aptitudes. No es gratuito que sus muertes, misteriosas todas, hayan sido material constante de alucinantes teorías que aseveran que aún viven, y que sus fallecimientos fueron, en el mejor de los casos, pantomimas ideadas por ellos mismos para vivir en paz, o en el peor, montajes diseñados por la CIA u otras fuerzas oscuras.

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Frente a este contexto, resulta aún más curiosa la teoría que argumenta que el otrora Beatle, el muy vivo Paul McCartney, en realidad murió en 1966 a causa de un accidente automovilístico. La supuesta evidencia de la muerte de McCartney se compone de indicios hallados entre muchos de los discos de los Beatles, los cuales han sido interpretados como si hubiesen sido deliberadamente colocados por ellos mismos para ser armados como un gigantesco rompecabezas que, una vez configurado, revela el deceso del verdadero Paul. El impostor de McCartney responde al nombre de William Campbell, quien fue seleccionado con la aprobación de los otros tres Beatles. En 1971, motivado por la amargura que sentía por Paul tras la separación, John Lennon escribió en How do you sleep? que “esos freaks estaban en lo correcto cuando dijeron que estabas muerto”.

En el universo de los conspiracionistas, Lennon obtuvo la revancha perfecta sobre McCartney: a él lo visualizan vivo, a Paul, en cambio, lo imaginan muerto.

4. Facebook: invento de la CIA

Las teorías de la conspiración son termómetros culturales: reflejan fenómenos del aquí y el ahora. Por ello, no es gratuito que las “redes sociales” sean ahora material para formular las más disparatadas hipótesis de la paranoia posmoderna. Como se recordará, las “redes sociales”, sitios web que promocionan la creación e interacción de círculos de amigos en línea, comenzaron a aparecer a principios de esta década y se consolidaron en años recientes con el éxito de MySpace y Facebook.

A diferencia de MySpace, que premia la promoción creativa e interacción entre extraños, Facebook alienta la proyección exponencial de contactos en comunidades que habitan un espacio físico delimitado. O sea, funciona mejor si se parte de una base establecida de conocidos, para de ahí reducir distancias entre personas que no se conocen, pero que sí son conocidos de sus conocidos y confluyen en diferentes networks o redes de intereses en común. Asimismo, cuenta con un newsfeed –una cadena de avisos de novedades—que informa de manera constante al usuario sobre los movimientos en las cuentas de sus contactos. El efecto es deslumbrante: da la impresión de que la red es un organismo en mutación permanente, que de la nada reporta una cobertura noticiosa de todos los actos de tu vida y la de tus conocidos. El resultado de esto es que Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, es poseedor de lo que quizá sea la base de datos más grande de la historia: 250 millones de personas alrededor del orbe.

La teoría de la conspiración más difundida arguye que todos esos datos -nombres, edades, actividades, gustos, círculos sociales, etcétera- son ya propiedad de la CIA y la secretaría de Defensa estadounidense, puesto que varios de los inversionistas que participaron en la primera ronda de financiamiento del sitio son exfuncionarios conectados con “la agencia” y grupos de ultraderecha. Bajo esta lógica, la intención ulterior de Facebook nunca fue “conectarte a la gente”, como dice su slogan, sino fungir como un “caballo de Troya” para obtener tus datos, los de tu novia, los de tu familia, los de tus amigos y hasta los de los amigos de tus amigos.

5. Nunca llegamos a la Luna

Esta teoría es muy sencilla: el hombre no llegó a la Luna en 1969, sino que todo fue un montaje filmado para hacerle creer a la población que Estados Unidos era superior tecnológicamente a Rusia, entonces conocida como la Unión Soviética. En los años de la “guerra fría”, cuando la posibilidad del holocausto nuclear amenazaba con colocar a la población estadounidense en un estado de psicosis colectiva, tal creencia resultaba imperativa para mantener la tranquilidad social. Algunas versiones conceden que, años después, el hombre efectivamente sí logró aterrizar y caminar sobre la Luna; otras, las más populares, aseguran que nunca hemos cumplimentado este sueño.

Las hipótesis más divertidas aseveran que fue el mismísimo Stanley Kubrick el encargado de filmar el falso alunizaje. El interés de este supuesto complot radica en que permite comprender el carácter religioso de los conspiracionistas, perpetuamente convencidos que el mundo está regido por fuerzas oscuras e inasibles. Para un creyente en las teorías de la conspiración, aceptar que podemos rebasar los límites de nuestro planeta -y por tanto liberarnos de los paradigmas tradicionales que explican el cosmos (como la religión u otras creencias metafísicas)- debe ser un escenario profundamente doloroso. (F)

**Este texto es parte de un especial sobre conspiraciones y «teorías de la conspiración» escrito para Deep. La segunda parte de este especial se encuentra en la edición de noviembre. ¡Cómprenla!

***Julio Patán habla sobre conspiraciones en Perdido en el siglo, «aquí»

septiembre 8, 2009

Conspiraciones: entre el mito y la paranoia

por Mauricio González Lara

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¿Qué tan reales son “las teorías de la conspiración”? Julio Patán, autor del libro Conspiraciones, separa al mito de la verdad.

«Sólo porque estás paranoico, no significa que no te estén persiguiendo”, cantaba Kurt Cobain, el angustiado líder de Nirvana, en Territorial pissings. La frase describe a la perfección la esencia de los creyentes en “las teorías de la conspiración”; es decir, de aquellos paranoicos convencidos de que todo cuanto ocurre en la sociedad es consecuencia de un plan maestro y meticuloso elaborado por un poderoso cónclave secreto y maligno. Los villanos favoritos de estas tramas de intriga y engaño: los judíos, los masones, la CIA, la ONU, el gobierno estadounidense, las sociedades secretas, los alienígenas, y las corporaciones trasnacionales, por mencionar a los más recurrentes.

En entrevista, Julio Patán, autor de Conspiraciones: Breve historia de la conquista del mundo por los extraterrestres, los masones, la ONU, las élites financieras, el establishment, etc. (Paidós,2005), describe los puntos finos del pensamiento conspiratorio que ha definido en buena medida el imaginario popular del planeta durante las últimas décadas.

Empecemos por lo obvio. ¿Qué es una conspiración? ¿Cómo podemos saber si ésta es real o una mera leyenda?

En términos generales, una conspiración es el intento de un grupo por acceder al poder desde las sombras mediante la intriga y la cavilación. La definición es muy amplia, porque ese poder puede ser político, empresarial, mediático, económico o social. Las conspiraciones, reales e inevitables, han sido parte integral de la historia humana: desde los griegos a los viejos fraudes electorales del PRI, pasando por Shakespeare, los golpes militares latinoamericanos y las “adquisiciones hostiles” de las grandes corporaciones. Todas las conspiraciones comparten algunas características obvias. En principio, suelen ser imperfectas, pues los conspiradores casi siempre salen enfrentados entre ellos porque los extremos a los que están dispuestos a llegar varían una vez que se acciona la conspiración. Toda conspiración es una historia de riesgos asumidos, de saltos al vacío, de torpezas y de traiciones. Un error inocuo o un poco de mala suerte, y lo que parecía algo perfectamente maquinado termina en desastre. También son limitadas en el tiempo y el espacio: los conspiradores se fijan un objetivo claro que, una vez cumplido, supone el fin de la acción conspiratoria. Esas conspiraciones suceden todo el tiempo en todos los ámbitos de poder. Las “teorías de la conspiración”, por otro lado, son de una naturaleza diametralmente opuesta. A diferencia de las conspiraciones reales, falibles y perecederas, las “teorías de la conspiración” plantean la existencia de complots perfectos, universales y sin límites en el tiempo y el espacio. Las “teorías de la conspiración” involucran a múltiples participantes de todos los estratos y esferas, como políticos, policías, empresarios, militares, intereses extranjeros, medios de comunicación, alienígenas, en fin.

Los conspiradores son tan poderosos y hábiles para proceder en secreto que su capacidad de infiltración es infinita. Las “teorías de la conspiración” involucran maquinaciones perfectas concebidas desde hace décadas, siglos e incluso milenios. No se trazan una meta humilde o concreta, sino que presuponen confabulaciones absolutas cuya meta es alterar por completo el orden establecido y poner al planeta entero en manos de los complotistas. La más de las veces, las “teorías de la conspiración” son delirantes y fácilmente desacreditables, como lo serían por ejemplo las que proponen que estamos siendo invadidos por extraterrestres. En otros casos, sin embargo, pueden alcanzar un sorprendente grado de credibilidad, sobre todo cuando juegan con ciertas especulaciones plausibles. Las múltiples interpretaciones del asesinato de Kennedy, o la supuesta confabulación de las farmacéuticas para lucrar con enfermedades que ellas mismas crearon, son dos ejemplos de “teorías de la conspiración” que gozan de una alta credibilidad en algunos círculos. Claro, hay elementos para dudar que Kennedy haya sido asesinado solamente por Lee Harvey Oswald o de la responsabilidad social de las farmacéuticas, pero de eso a suponer complots gigantescos hay una enorme distancia.

Hay algo casi religioso en las “teorías de la conspiración”. Sus integrantes son como dioses, poderosos y omnipresentes. Todo lo ven, todo lo controlan.

La “teoría de la conspiración” implica algo más que la misma conspiración; es, en realidad, toda una herramienta de interpretación del mundo que excluye todas las demás visiones. Bajo esa lógica, los conspiradores pueden engañarnos por completo, hacernos vivir en un mundo de apariencias, en un simulacro, sin que nunca nos demos cuenta. El “teórico de la conspiración” se ve a sí mismo como un iluminado. No hay modestia en él. Así como el paranoico relaciona los actos más remotos y ajenos a su propia trama persecutoria, el teórico de la conspiración ve en todos los hechos, desde las grandes decisiones macroeconómicas hasta la muerte de un cantante, elementos de una trama planetaria en la que nada sobra y nada es accidental. En ese sentido, “las teorías de la conspiración” son expresiones laicas de un pensamiento religioso. En lugar de creer que existe un Dios que lo controla y abarca todo, el “teórico de la conspiración” supone que existe un grupo de complotistas todo poderosos que lo controlan todo. Como Dios, son omnipresentes: están en todos lados, pero al mismo tiempo, permanecen invisibles. Es, de alguna manera, un pensamiento reconfortante: es preferible creer que existe una fuerza más allá de nosotros mismos que lo ordena todo, así sea oscura y maligna, a aceptar que no hay un plan, que el mundo es caótico y que estamos solos en él . Es menos angustiante creer que existe Dios y un destino establecido.

El “teórico de la conspiración” simplemente sustituye la noción de Dios y el Diablo por esas fuerzas conspiratorias que todo lo abarcan. Al final, sabe que haga lo que haga esas fuerzas siempre van a ser superiores a él, y eso le brinda una bizarra sensación de tranquilidad existencial. Ahora, se trata de una guerra santa, una guerra a todo o nada. Como víctimas potenciales del mal absoluto, todos tenemos que estar siempre en guardia, en un estado de alerta extrema, listos para anticiparnos a cualquier movimiento de los conspiradores, porque el menor descuido puede traducirse en un colapso civilizatorio, tras el cual nuestra forma de vida puede desaparecer sin remedio.

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¿Esto quiere decir que estamos sustituyendo a las religiones por dinámicas como las de “las teorías de la conspiración”?

No necesariamente. Las teorías de la gran conspiración judía, donde se liga a los judíos con todos los grandes males de la humanidad, están muy arraigadas en el mundo musulmán. Lo que pasa es que a veces vemos al mundo con una visión occidental limitada. La religión pesa muchísimo en la visión conspiratoria de buena parte de esos países. Ahora bien, en Occidente, las “teorías de la conspiración” tienden a ubicarse en lo que los antropólogos definen como las “periferias lunáticas” de la sociedad, para luego infiltrarse en el imaginario cultural. Una diferenciación pertinente es que en el mundo musulmán las “teorías de la conspiración” son usadas como un elemento de cohesión nacional y religiosa; en Occidente, en cambio, son más fragmentadas y los conspiradores tienden a ser internos y más abstractos. Hay excepciones. No hasta hace mucho, había una “teoría de la conspiración” que aseguraba que la ONU estaba infiltrada por el comunismo y era cuestión de tiempo para que Estados Unidos fuera invadido por fuerzas internacionales controladas por los rojos. Hasta hubo una película al respecto en la década de los 80: Red Dawn, de John Millius. Asimismo, Joseph McCarthy utilizó la lógica de la guerra fría para llevar la asunción relativamente lógica de que existían espías comunistas en Estados Unidos para desdoblar una campaña de linchamiento contra sus enemigos políticos. En ambos casos, “la teoría de la conspiración” nació del miedo hacia una conspiración que probablemente sí existía (los intentos del comunismo por penetrar en Estados Unidos), pero no al grado de histeria al que lo llevaron esta clase de personajes. Algo similar pasó después del 11 de septiembre del 2001: el miedo y la incertidumbre generó lo que yo llamo “la nueva era dorada de las teorías de la conspiración”.

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Por risibles que parezcan, siempre existe el peligro de que “las teorías de la conspiración“ sean utilizadas con fines autoritarios.

Las “teorías de la conspiración” son una forma milenarista y apocalíptica de ver al mundo, donde sólo hay buenos y malos. Bajo ese esquema de pensamiento, a los malos hay que vencerlos a cualquier costo y por cualquier medio necesario. Ese es un argumento perfecto para instaurar medidas autoritarias y justificar dictaduras. Es por eso que son peligrosas. El ejemplo extremo es cómo el nazismo capitalizó con la teoría de la conspiración judía. En momentos de crisis y debilidad institucional pueden ser ideas muy pegajosas para la población. En ese sentido, yo diría que a mayor credibilidad y fortaleza institucional, menos posibilidades de que “las teorías de la conspiración” salgan de las periferias lunáticas y gocen de aceptación popular. El cuento debe de cerrar bien, y eso requiere habilidad narrativa.

Otra cosa muy importante es que, para poder convencer a los demás de una visión conspiratoria, en buena medida el primer convencido debes ser tú. Se requiere intensidad y energía. Yo creo que Andrés Manuel López Obrador y Hugo Chávez creen efectivamente que hay conspiraciones en su contra; lo mismo creían Franco o Hitler. Ellos pudieron manipular o no ciertos hechos para obtener una ganancia política o extender su área de influencia, pero lo cierto es que creían que todos los demás eran enemigos conspiradores. Y es que hay que recordar que “las teorías de la conspiración” son resistentes a la evidencia. No importa qué tantas pruebas puedas presentar para rebatirlas, los creyentes siempre van a descalificar la evidencia bajo el argumento de que se trata de una mera pantalla orientada a desviar la atención. Ejemplo: no importa si el New York Times y el Wall Street Journal publican editoriales muy críticos hacia el gobierno de Israel, los creyentes en la conspiración judía van a descalificar tales posturas como un intento de los judíos para disfrazar el hecho de que controlan a la prensa mundial. No hay fin. Algo similar pasa aquí con las huestes de Andrés Manuel López Obrador: no importa si se logran avances en materia electoral o no, al final del día todo va a ser interpretado por ellos como una estrategia de “la mafia” por perpetuarse en el poder. ¿Quiénes integran esa mafia? Pues todos aquellos actores que no simpatizan con él.

¿México es una tierra fértil para “las teorías de la conspiración”?

Mucha gente lo cree así, pero más allá de las posturas del “Peje”, no estaría tan seguro. La cuota de abstencionismo que vimos en los comicios recientes es más o menos la misma que se da en las elecciones intermedias de casi cualquier otra parte del mundo. Asimismo, si bien nuestros personajes políticos resultan repugnantes, o existen problemas tan graves como la inseguridad y la crisis económica, lo cierto es que las instituciones funcionan en México con un grado aceptable de operatividad. Es por eso que “las teorías de la conspiración” no están tan extendidas. Lo vimos ahora con la influenza; si bien hubo gente que desconfió e incluso descalificó en un inicio las medidas como parte de un complot, la mayoría se portó a la altura de las circunstancias. ¡Hasta el gobierno federal y el del Distrito Federal lograron trabajar juntos! México es más tolerante de lo que pensamos. No sé, quizá peco de optimista, pero es lo que pienso.(F)

*Esta entrevista se publica en una versión diferente en la revista Deep de este mes. ¡Vayan a comprarla!

*Las fotos son de Carlos García, fotógrafo de Deep. Si te gusta su trabajo,visita su “sitio”.