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octubre 19, 2010

Haz patria: quédate en casa

por Mauricio González Lara

Sea por tráfico, inseguridad, amenazas naturales, o miedo a “que pueda pasar algo”, los funcionarios nos invitan a que nos quedemos en casa.


En el México contemporáneo, las palabras siempre han sido más memorables que los hechos. Desde los setenta, todos los sexenios han contado con un slogan que describe una dinámica de pensamiento totalmente opuesta a los resultados obtenidos: el “arriba y adelante” echeverrista, la “administración de la abundancia” de “Jolopo”, la “renovación moral” de De la Madrid, la “solidaridad” salinista, el “bienestar para la familia” de Zedillo, el urgentísimo “hoy” de Fox, en fin, la clase política nacional siempre ha sido pródiga en promesas rimbombantes, pero en extremo humilde a la hora de generar resultados que acrediten tales delirios conceptuales.

¿Cuáles serán las líneas publicitarias por las que recordaremos a este sexenio, tanto en el ámbito federal como “defeño”? Si se tratara de escribir una historia oficial, la respuesta es automática: “el presidente del empleo”, para Felipe Calderón, quien lejos de crear más trabajos sólo ha podido recuperar los perdidos tras la crisis de 2008 y 2009, y “una ciudad de vanguardia” para Marcelo Ebrard, el jefe de gobierno del Distrito federal que administra una estructura que por momentos se debe asemejar a una bomba de tiempo, como los materializados en las numerosas obras sin terminar que constituyen desde hace ya varios años el paisaje urbano de nuestro día a día.

Sin embargo, si escribiéramos una historia alterna a la oficial, podríamos proponer un llamado recurrente que hermana a los gobiernos de Calderón y Ebrard, al tiempo que desnuda el estilo de sus gestiones: si en algo se han distinguido Felipe y Marcelo durante sus cuatro años en el poder, es que al enfrentar una crisis, por pequeña que ésta sea, ambos, timoratos, toman los micrófonos y le piden a la población que “no salga a las calles, que mejor permanezca en casa si no tiene nada que hacer”, pues en el exterior le aguardan peligros que es mejor no enfrentar.

La respuesta es más o menos la misma ante cualquier contingencia. ¿Marchas que amenazan con poner en jaque al tráfico citadino? “No salga.” ¿Amenazas de lluvia intensa que nunca se cumplen? “Permanezca mejor en interiores”.” ¿Temor a concentraciones excesivas de gente en las celebraciones del Bicentenario? “El espectáculo se disfruta más por televisión.” ¿Inseguridad en la noche? “La gente decente enfiesta en casa, por lo que hay que cerrar los bares a las tres de la mañana (y si se puede antes, mejor)” ¿Problemas urbanos, de cualquier índole? “Casa, casa, casa.” La estrategia de los gobiernos de Calderón y Ebrard para enfrentar los problemas, queda claro, no es resolverlos, sino alejar al ciudadano de ellos. ¿La manera más efectiva de cumplimentar el plan? Mandar a todos a su casa.

¿De quién es el espacio público?

De acuerdo con las concepciones democráticas modernas, el espacio público es la dimensión vital y humanizante donde la sociedad se reúne para compartir sus opiniones, evaluar propuestas y elegir las decisiones más acertadas para su diario devenir; una arena donde nos observarnos a nosotros mismos como sociedad y cultura. Nos reconocemos en el espacio público y nos definimos en virtud de él; el espacio público no sólo nos pertenece, sino que es nuestro hogar, espejo y patria.

¿Qué es lo que vemos en el reflejo del espacio público del Distrito Federal? Abandono y agresión. Las obras en el Distrito Federal no son la promesa de un mañana brillante, lleno de servicios y armonía, sino la ratificación de la naturaleza móvil del caos. Por razones que escapan al entendimiento -y que por ende la imaginación popular asocia con la corrupción- nunca nada se termina en la ciudad. Es delirante, pues como bien señala el académico español Jordi Borja en Notas sobre ciudad y ciudadanía, el ciudadano tiene derecho a identificar al espacio público como algo bello y monumental:

“El espacio público es una de las condiciones básicas para la justicia urbana, un factor de redistribución social, un ordenador del urbanismo vocacionalmente igualitario e integrador. Todas las zonas de la ciudad deben estar articuladas por un sistema de espacios públicos, dotados de elementos de monumentalidad que les den visibilidad e identidad. Ser visto y reconocido por los otros es una condición de ciudadanía. El lujo del espacio público y de los equipamientos colectivos no es despilfarro, es justicia. Los programas públicos de vivienda, infraestructuras y servicios deben incorporar la dimensión estética como prueba de calidad urbana y de reconocimiento de necesidad social. Cuanto más contenido social tiene un proyecto urbano, más importante la forma, el diseño, la calidad de los materiales, etcétera. La belleza cohesiona y provee calidez.”

La situación no cambia cuando sí se cuentan con espacios para que la ciudadanía salga a disfrutar su ciudad. Ejemplo paradigmático: las recientes celebraciones con motivo del 15 de septiembre. Tras haber gastado 3,000 millones de pesos en los festejos y repetir día y noche por todos los medios que iban a ser los más espectaculares de la historia, el gobierno federal, temeroso de que una elevada concentración de gente generara un escenario propicio para un atentado o una calamidad, optó por conminar a última hora a la ciudadanía a que se quedara en casa. Resultado: un desfile deslucido y triste, calificado por la prensa extranjera como la celebración más gris de todas las realizadas a escala internacional con motivo del Bicentenario.

Otro botón de muestra: los pasados 9 y 10 de octubre, la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) organizó el Festival Olímpico Bicentenario sobre Paseo de la Reforma. El montaje del festival demandó cerrar Reforma todo un viernes, lo que provocó un enorme descontento y desorden vial. La idea del evento parecía valer el sacrificio: deleitar al público con una serie de demostraciones deportivas por distinguidos atletas nacionales y extranjeros. Las estructuras construidas, empero, eran tan ajenas al espacio público que los asistentes no pudieron ver casi nada. Muchos ni siquiera se enteraron de la presencia de Michael Phelps, el famoso campeón olímpico estadounidense que cobró alrededor de 150,000 dólares por dar unas cuantas brazadas. Ofendido por las críticas, Bernardo de la Garza, presidente de la Conade, se negó a dar explicaciones después del evento. ¿Para qué? Bajo la lógica gubernamental, el espacio público es de uso exclusivo de los funcionarios. ¿La ciudadanía? Que lo vea en su casa. ¡Faltaba más!

A lo largo de este 2010, tan marcado por el Bicentenario, algunos analistas han señalado que las nuevas generaciones ya no sienten el amor a la patria que, supuestamente, caracterizaba a las anteriores. Pregunto: ¿cuál es la patria a la que deberían amar las nuevas generaciones? ¿A la ciudad antagónica por la que se les pide que no transiten, o a una nueva geografía cuyo espacio no va más allá de un sillón y un televisor que sólo transmite festejos, telenovelas históricas y spots de Iniciativa México?(F)

+Este artículo se publicará en la edición de noviembre de la revista Deep.