Archive for septiembre, 2010

septiembre 30, 2010

El decálogo Gekko

por Mauricio González Lara

Si bien Wall Street 2 no podría ser más olvidable, Gordon Gekko conserva su status como sinónimo pop de la depredación posmoderna.


El año pasado, aceptemos, los negocios eran lo más “uncool” del planeta. Bajo las coordenadas de la desesperación y la crisis, ni ganas de hablar del dinero que no teníamos. El desarrollo del 2010 ha sido distinto: si bien la inflación será mayor a lo esperado y los despidos continúan siendo moneda común en algunos sectores, lo cierto es que el dinero ha circulado con menos timidez.

La recuperación, empero, cada vez luce menos segura. Ante la falta de solidez de la economía estadounidense, varios analistas ya comienzan a predecir una nueva caída para el 2011. Incertidumbre total. ¿Qué mejor época, entonces, para revivir a ese icono yuppie de la avaricia desenfrenada, Gordon Gekko? Por primera vez en mucho tiempo, Oliver Stone tenía el zeitgeist de su lado para entregar no una obra mayor, pero sí un divertimento que lo redimiera de sus recientes descalabros. Gris y timorata, Wall Street 2: el dinero nunca duerme no es esa película. Sin embargo, para qué negarlo, Gekko, la creación más memorable de Michael Douglas, mantiene cierto encanto. A manera de pequeño homenaje, van sus diez citas más celebrables. Todo un decálogo de ambición.

1. “El punto es, damas y caballeros, que la avaricia es buena. La avaricia es correcta, la avaricia funciona, la avaricia clarifica y captura la esencia del espíritu evolutivo. La avaricia en todas sus formas –sea por dinero, vida, amor o conocimiento- le ha dado sentido a la humanidad y, recuerden mis palabras, no sólo salvará a esta compañía, sino a esa otra corporación defectuosa e ineficiente llamada Estados Unidos de América.”

2. “Nosotros hacemos las reglas. Las noticias, la guerra, la paz, la hambruna, el precio de un clip para papel, todo. Nosotros sacamos al conejo del sombrero mientras todos los demás se quedan sentados, tratando de explicarse cómo demonios lo hicimos. ¿Eres tan ingenuo como para pensar que vives en una democracia? Este es el libre mercado, ¡y eres parte de él!»

3.“El otro día alguien me recordó que solía decir que la avaricia era buena. Bueno, ¡ahora resulta que es legal!”

4. “Si no estás adentro, estás afuera.”

5.“¿Ves ese edificio? Lo compré hace 10 años. Fue mi primer negocio de bienes raíces. Lo vendí dos años más tarde y obtuve una ganancia de 800,000 dólares. En ese tiempo pensé que era todo el dinero del mundo. Ahora hago eso en un día.”

6.“El dinero es una puta que nunca duerme: si no la vigilas y cuidas constantemente, un buen día te despiertas en la mañana y ella ha desaparecido.”

7.“El uno por ciento más adinerado de Estados Unidos posee la mitad de su riqueza, cinco billones de dólares. Un tercio de eso proviene del trabajo duro, dos tercios de herencias, intereses sobre intereses que alimentan a viudas e hijos idiotas, y de lo que  hago: especulación accionaria e inmobiliaria. Es una mamada. El 90 por ciento de los estadounidenses no tienen valor. Yo no creo nada, yo poseo.”

8.“Si necesitas un amigo, consíguete un perro.”

9.“Hay que leer El arte de la guerra, de Sun Tzu: toda batalla se gana antes de ser peleada.”

10.  “No es cuestión de preguntarse cuánto dinero es suficiente. Esto es un juego de suma cero: alguien gana y alguien pierde. El dinero no se hace o desaparece, simplemente es transferido de una percepción a otra, como la magia.”

septiembre 23, 2010

Vamos a extrañar a Germán

por Mauricio González Lara

Ante los sospechosos intereses mediáticos con los que se fija la agenda pública, no cabe duda que vamos a extrañar el compromiso de personajes como Germán Dehesa.


La muerte, como se sabe, nos homologa a todos: no importa si fuimos seres despreciables, poco inteligentes u olvidables, cuando nos llegue la hora, lo más probable es que los demás, incluso aquellos que no nos conocieron, suelten alguna clase de elogio o expresión de pena, como si el encuentro con la no existencia saneara cualquier defecto o fuera garantía indiscutible de redención. En consecuencia, la evaluación sobre un personaje de recién fallecimiento siempre será inexacta: la simpatía por el trauma de la muerte generará una hinchazón delirante de  las virtudes más discretas del individuo en cuestión.

Dicho esto, en verdad lamento la muerte de Germán Dehesa, el escritor, dramaturgo y autor de La Gaceta del Angel, la columna insignia del diario Reforma desde su fundación, en 1993. A diferencia de miles de mexicanos, no me duele ya no poder seguir de lunes a viernes las vicisitudes, anécdotas y puntos de vista de Germán.(El estilo “solidarísimo” de la columna –una cursilería inteligente compuesta de buena vibra, espíritu crítico y cierta condescendencia frente al lector-  me parecía, con frecuencia, demasiado azucarado.) Ni tampoco no poder contar con sus lúcidas y ácidas intervenciones en los programas de José Ramón Fernández cuando estalle alguna controversia relacionada con el director técnico de la selección. (Motivado más por la polémica que por el juego en sí, sólo veo los programas deportivos cada cuatro años, cuando llega el mundial.) No, la razón por la que me entristece la prematura muerte de Germán es porque evidencia una triste pero palmaria realidad en el panorama mexicano: la ausencia de un periodismo que cumpla con su responsabilidad social de erigirse como un interlocutor de los intereses y las causas ciudadanas.

Independientemente de que nos haya caído bien o no, Dehesa era uno de los pocos columnistas de diarios en México que podía presumir un vínculo genuino con una comunidad de lectores de clase media de amplio alcance. La lealtad no era gratuita: lejos de perder el tiempo en cebollazos, ataques soterrados o chismes sobre la clase política mexicana, Dehesa, en tono íntimo de primera persona, siempre se preocupó en promover acciones que movilizaran a la ciudadanía en torno a maneras prácticas de mejorar su calidad de vida. Había una honestidad en Dehesa que la gente agradecía y recompensaba porque no lo identificaba con los intereses de una agenda personal o grupal. Si Germán le mentaba la madre a Montiel todos los días, no era porque así le conviniera a un partido o a una camarilla con la que compartiera objetivos, sino porque así lo sentía.

Dato revelador: consternado por la renovación generacional de sus lectores, así como por el obvio posicionamiento mercadotécnico que tal cambio implica, durante varios años Grupo Reforma se acercó a varios escritores jóvenes con la finalidad de generar una columna que replicara la sinergia de La Gaceta del Angel con un target de personas menores a 40 años; pese a que varios escribieron varios ensayos y prototipos de la nueva columna, el proyecto nunca fructificó.

La partida de Dehesa, por simple acción de contraste, nos recuerda el contexto en el que ha estado inserta la prensa nacional durante varias décadas: casi todos los periodistas de información nacional y política escriben para los tomadores de decisiones y grupos de poder; casi ninguno es admirado por el público, casi a ninguno le interesa. En el discurso, no son pocos los periodistas que se deshacen en placer masturbatorio al autonombrarse como defensores comprometidos de la sociedad, e incluso enarbolan, con notable intensidad sermonera, la idea de que los medios y su capacidad de denuncia son el único contrapeso posible frente a la corrupción que caracteriza a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; en la praxis, sin embargo, la relación orgánica entre periodismo y ciudadanía es una falacia cada vez más ofensiva. El ejemplo más reciente es la ronda de ataques con los que Televisa ha golpeado a Grupo Reforma, de Alejandro Junco de la Vega, bajo el argumento de que su política comercial de publicar clasificados en el diario Metro contribuye a la trata de personas, pues los masajes y servicios de compañía ahí publicitados son fachadas para negocios de prostitución.

Dóriga vs. Reforma

Alrededor de 10 minutos duró el “reportaje” transmitido el 7 de septiembre en el noticiero de Joaquín López Dóriga sobre la presunta trata de mujeres a través de las páginas de avisos económicos de Reforma Metro. La ofensiva –que había iniciado una semana atrás, cuando López Dóriga señaló que Junco era uno de los “cobardes” a los que hacía referencia Lorenzo Zambrano en unas declaraciones en las que criticaba a los que habían huido de Monterrey a causa de la inseguridad- fue reforzada en Tercer Grado y Primero Noticias, sin recibir mayor respuesta de los editores de Grupo Reforma, quienes durante varios meses desplegaron una serie de textos críticos contra la televisora, que iban desde un supuesto favoritismo de la Cofetel hacia la dupla Nextel-Televisa a la revelación de que el informe de Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, fue producido por el equipo de Chapultepec.

No es raro que Televisa saque trapitos sucios de sus enemigos y los posicione en el interés nacional (basta recordar la campaña contra Grupo Saba cuando éste manifestó interés en constituir una tercera cadena nacional), pero sí es la primera vez que lo hace con tanta vehemencia contra un medio que en sí mismo también cuenta con recursos para fijar la agenda pública. Y es que ésa es la cuestión principal: quién define la agenda pública, bajo qué parámetros. ¿Cómo entenderán ambas empresas el concepto de “agenda pública”? Para Televisa, evidentemente, debe de equivaler a un compendio de temas cuyo manejo sirva para defender sus intereses y viabilidad económica, nada más. Para Grupo Reforma, quizá la definición sea más o menos la misma, pues si bien los ataques de Televisa son sesgados e histéricos, el conglomerado de Alejandro Junco debería explicar con lujo de detalle sus criterios comerciales en lo relativo a los anuncios denunciados, y no proyectar un desentendimiento que sólo desconcierta a sus lectores y valida los ataques. Dehesa, me queda claro, no guardaría silencio. Lo dicho: vamos a extrañar a Germán.

+Este texto se publica en la edición de octubre de Deep.

++La foto de Germán Dehesa es de Juan Rodrigo Galluno y fue publicada originalmente en la desaparecida revista Viceversa.

septiembre 13, 2010

Adiós Chabrol (o de cómo Hitchcock lo vistió de cura)

por Mauricio González Lara

Antes que cineasta, Chabrol fue cinéfilo.


Ya en algún momento escribiré una revisión de mis películas favoritas del enorme Claude Chabrol, quien hasta el último momento se mantuvo en activo con cintas cuya elegante destilación de la narrativa cinematográfica, así como de una ácida lucidez frente al orden social, lo reafirmaron una y otra vez como  lo que era y siempre será: uno de los grandes maestros de todos los tiempos.

Mientras tanto, en aras de celebrarlo como el personaje y  amante del cine que antecedieron al genio, comparto esta anécdota contada por Francois Truffaut  en la introducción de su memorable El cine según Hitchcock (1974, 1ª edición). Antes que cineasta, queda claro, Chabrol fue cinéfilo.

Todo comenzó con una caída al agua.

Durante el invierno de 1955, Alfred Hitchcock vino a trabajar a Joinville, en el Studio Saint-Maurice, para la postsincronización de To Catch a Thief, cuyos exteriores había rodado en la Costa Azul. Mi amigo Claude Chabrol y yo decidimos entrevistarle para Cahiers du cinéma. Nos habían prestado un magnetófono a fin de grabar esa entrevista, que deseábamos extensa, precisa y fiel.

Estaba bastante oscuro en el auditorio donde trabajaba Hitchcock, mientras sobre la pantalla desfilaban sin cesar, en bucle, las imágenes de una corta escena del film mostrando a Cary Grant y Brigitte Auber, que piloteaban una canoa automóvil. En la oscuridad, Chabrol y yo nos presentamos a Hitchcock, quien nos rogó que le esperásemos en el bar del estudio, al otro extremo del patio. Salimos, cegados por la luz del día y comentando con entusiasmo de verdaderos fanáticos del cine las imágenes hitchcockianas cuyas primicias acabábamos de contemplar, y nos dirigimos, todo recto, hacia el bar, que se encontraba a unos 15 metros de nosotros. Sin darnos cuenta, cruzamos a la vez el delgado reborde de un gran estanque helado cuya superficie ofrecía el mismo color grisáceo que el asfalto del patio. El hielo crujió y pronto nos encontramos metidos hasta el pecho en el agua, como dos tontos. Pregunté a Chabrol: “¿Y el magnetófono? “ El levantó lentamente su brazo izquierdo y el aparato emergió del agua, chorreando lastimosamente.

Como en un film de Hitchcock, la situación carecía de salida: el suelo del estanque estaba suavemente inclinado y era imposible alcanzar el borde sin deslizarnos de nuevo. Necesitamos la mano auxiliadora de alguien que pasara por allí para ayudarnos a salir. Finalmente lo logramos, y una encargada del vestuario que, según creíamos, se compadecía de nosotros, nos condujo hacia un camerino para que pudiésemos desvestirnos y secar nuestras ropas. Pero por el camino nos preguntó: “¡Pobres muchachos!, ¿ustedes son los extras de Rififi (*)?”

-No señora, somos periodistas

-¡Ah, en ese caso no puedo ocuparme de ustedes!

Y así fue, tiritando de frío en nuestros trajes aún empapados, cómo nos presentamos de nuevo ante Hitchcock algunos minutos más tarde. Nos miró sin hacer comentarios sobre nuestro estado y tuvo la bondad de proponernos una nueva cita en el Hotel Plaza Athénée para aquella misma noche. Al año siguiente, cuando volvió a París, nos reconoció inmediatamente a Chabrol y a mí en medio de un grupo de periodistas parisinos y nos dijo: “Señores, pienso en ustedes dos siempre que veo entrechocar los cubitos de hielo en un vaso de whisky.”

Años después supe que Hitchcock había embellecido el  incidente con un final a su estilo. Según la versión hitchcockiana, tal y como la contaba  a sus amistades de Hollywood, cuando nos presentamos ante él, tras nuestra caída al estanque, Chabrol iba vestido de cura y yo de agente de policía.

(*) Rififi, o Rififi chez les hommes, película de Jules Dassin de 1955. Obra maestra, por cierto