Ante los sospechosos intereses mediáticos con los que se fija la agenda pública, no cabe duda que vamos a extrañar el compromiso de personajes como Germán Dehesa.
La muerte, como se sabe, nos homologa a todos: no importa si fuimos seres despreciables, poco inteligentes u olvidables, cuando nos llegue la hora, lo más probable es que los demás, incluso aquellos que no nos conocieron, suelten alguna clase de elogio o expresión de pena, como si el encuentro con la no existencia saneara cualquier defecto o fuera garantía indiscutible de redención. En consecuencia, la evaluación sobre un personaje de recién fallecimiento siempre será inexacta: la simpatía por el trauma de la muerte generará una hinchazón delirante de las virtudes más discretas del individuo en cuestión.
Dicho esto, en verdad lamento la muerte de Germán Dehesa, el escritor, dramaturgo y autor de La Gaceta del Angel, la columna insignia del diario Reforma desde su fundación, en 1993. A diferencia de miles de mexicanos, no me duele ya no poder seguir de lunes a viernes las vicisitudes, anécdotas y puntos de vista de Germán.(El estilo “solidarísimo” de la columna –una cursilería inteligente compuesta de buena vibra, espíritu crítico y cierta condescendencia frente al lector- me parecía, con frecuencia, demasiado azucarado.) Ni tampoco no poder contar con sus lúcidas y ácidas intervenciones en los programas de José Ramón Fernández cuando estalle alguna controversia relacionada con el director técnico de la selección. (Motivado más por la polémica que por el juego en sí, sólo veo los programas deportivos cada cuatro años, cuando llega el mundial.) No, la razón por la que me entristece la prematura muerte de Germán es porque evidencia una triste pero palmaria realidad en el panorama mexicano: la ausencia de un periodismo que cumpla con su responsabilidad social de erigirse como un interlocutor de los intereses y las causas ciudadanas.
Independientemente de que nos haya caído bien o no, Dehesa era uno de los pocos columnistas de diarios en México que podía presumir un vínculo genuino con una comunidad de lectores de clase media de amplio alcance. La lealtad no era gratuita: lejos de perder el tiempo en cebollazos, ataques soterrados o chismes sobre la clase política mexicana, Dehesa, en tono íntimo de primera persona, siempre se preocupó en promover acciones que movilizaran a la ciudadanía en torno a maneras prácticas de mejorar su calidad de vida. Había una honestidad en Dehesa que la gente agradecía y recompensaba porque no lo identificaba con los intereses de una agenda personal o grupal. Si Germán le mentaba la madre a Montiel todos los días, no era porque así le conviniera a un partido o a una camarilla con la que compartiera objetivos, sino porque así lo sentía.
Dato revelador: consternado por la renovación generacional de sus lectores, así como por el obvio posicionamiento mercadotécnico que tal cambio implica, durante varios años Grupo Reforma se acercó a varios escritores jóvenes con la finalidad de generar una columna que replicara la sinergia de La Gaceta del Angel con un target de personas menores a 40 años; pese a que varios escribieron varios ensayos y prototipos de la nueva columna, el proyecto nunca fructificó.
La partida de Dehesa, por simple acción de contraste, nos recuerda el contexto en el que ha estado inserta la prensa nacional durante varias décadas: casi todos los periodistas de información nacional y política escriben para los tomadores de decisiones y grupos de poder; casi ninguno es admirado por el público, casi a ninguno le interesa. En el discurso, no son pocos los periodistas que se deshacen en placer masturbatorio al autonombrarse como defensores comprometidos de la sociedad, e incluso enarbolan, con notable intensidad sermonera, la idea de que los medios y su capacidad de denuncia son el único contrapeso posible frente a la corrupción que caracteriza a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; en la praxis, sin embargo, la relación orgánica entre periodismo y ciudadanía es una falacia cada vez más ofensiva. El ejemplo más reciente es la ronda de ataques con los que Televisa ha golpeado a Grupo Reforma, de Alejandro Junco de la Vega, bajo el argumento de que su política comercial de publicar clasificados en el diario Metro contribuye a la trata de personas, pues los masajes y servicios de compañía ahí publicitados son fachadas para negocios de prostitución.
Dóriga vs. Reforma
Alrededor de 10 minutos duró el “reportaje” transmitido el 7 de septiembre en el noticiero de Joaquín López Dóriga sobre la presunta trata de mujeres a través de las páginas de avisos económicos de Reforma y Metro. La ofensiva –que había iniciado una semana atrás, cuando López Dóriga señaló que Junco era uno de los “cobardes” a los que hacía referencia Lorenzo Zambrano en unas declaraciones en las que criticaba a los que habían huido de Monterrey a causa de la inseguridad- fue reforzada en Tercer Grado y Primero Noticias, sin recibir mayor respuesta de los editores de Grupo Reforma, quienes durante varios meses desplegaron una serie de textos críticos contra la televisora, que iban desde un supuesto favoritismo de la Cofetel hacia la dupla Nextel-Televisa a la revelación de que el informe de Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México, fue producido por el equipo de Chapultepec.
No es raro que Televisa saque trapitos sucios de sus enemigos y los posicione en el interés nacional (basta recordar la campaña contra Grupo Saba cuando éste manifestó interés en constituir una tercera cadena nacional), pero sí es la primera vez que lo hace con tanta vehemencia contra un medio que en sí mismo también cuenta con recursos para fijar la agenda pública. Y es que ésa es la cuestión principal: quién define la agenda pública, bajo qué parámetros. ¿Cómo entenderán ambas empresas el concepto de “agenda pública”? Para Televisa, evidentemente, debe de equivaler a un compendio de temas cuyo manejo sirva para defender sus intereses y viabilidad económica, nada más. Para Grupo Reforma, quizá la definición sea más o menos la misma, pues si bien los ataques de Televisa son sesgados e histéricos, el conglomerado de Alejandro Junco debería explicar con lujo de detalle sus criterios comerciales en lo relativo a los anuncios denunciados, y no proyectar un desentendimiento que sólo desconcierta a sus lectores y valida los ataques. Dehesa, me queda claro, no guardaría silencio. Lo dicho: vamos a extrañar a Germán.
+Este texto se publica en la edición de octubre de Deep.
++La foto de Germán Dehesa es de Juan Rodrigo Galluno y fue publicada originalmente en la desaparecida revista Viceversa.