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febrero 13, 2010

Encuentros en el fin del mundo

por Mauricio González Lara

Originalmente, el plan era escribir una reseña de Encuentros en el fin del mundo, el documental de 2007 de Werner Herzog que narra la vida de un grupo de científicos y exiliados que habitan la Antártida. La idea era valorarla como lo que es: la pieza más noble y hermosa de los numerosos testimonios herzogianos sobre “exploradores del extremo”. Sin embargo, al revisar los extras del DVD, me topé con esta carta que Roger Ebert, el popular crítico de cine estadounidense, le escribió a Herzog para agradecer el gesto de haberle dedicado la película. (Ebert, como se sabe, ha experimentado severos problemas de salud que le han provocado la pérdida del habla y un virtual semiretiro de la crítica cinematográfica.)

Querido Werner,

Sin hacer nunca una película solamente por razones comerciales, sin haber contado nunca con una fuente de financiamiento independiente y constante, sin la consideración de los estudios y las oligarquías que deciden qué se puede filmar y mostrar, has dirigido 55 películas y producciones de televisión, sin contar las óperas que siempre te has negado a capturar en cine. Has trabajado todo el tiempo porque dependes de tu imaginación en vez de estrellas, presupuestos o campañas de publicidad. Tuviste la visión y realizaste los filmes porque confiaste en que la gente los iba a encontrar, como lo ha hecho.

Los que te conocen te veneran como a cualquier maestro vivo que se pueda nombrar; los que no han escuchado de ti, en cambio, se han privado de experiencias que sin duda podrían impresionarlos e inspirarlos. Sueles decir que este mundo moderno está hambriento de imágenes, que los medios nos lanzan las mismas ideas miserables una y otra vez, que necesitamos buscar por encima de los límites, más allá de los bordes. Al comienzo de Encuentros en el fin del mundo, cuando muestras las imágenes captadas por un biólogo marino bajo el hielo del Polo Sur, y nos haces escuchar los sonidos de las criaturas que lo habitan, me mostraste un lugar de mi planeta que no conocía. Gracias a ello, ahora soy más rico.

Eres un hombre excepcional, como uno de esos narradores ancestrales que regresaban de tierras lejanas y compartían historias fascinantes. En el proceso de generar la obra de tu vida nunca has perdido el sentido del humor. Tus narraciones son una parte esencial del interés de tus documentales, así como tu forma de apreciar la naturaleza humana es central en tu ficción. En una secuencia predices dolorosamente el final de la vida en la Tierra, mientras que en otra muestras a músicos, felices, en un concierto sobre el hielo.

No fuiste a la Antártida, lo dejaste claro desde el principio, a armar otro documental sobre “adorables pingüinos”, pero sí filmaste a un entrañable pingüino empeñado en caminar en la dirección equivocada, hacia un campo de hielo del tamaño de Texas. Apuntaste: “Si lo giran hacia el camino correcto, se dará la vuelta y caminará en la dirección contraria, hasta que no encuentre nada que comer y se muera de hambre.” La imagen de ese pingüino, que avanza optimista hacia su perdición, sería devastadora si no fuera porque está seguro, porque estamos seguros, que de alguna manera hace lo correcto. Pero basta ya, querido amigo: he comenzado a dar vueltas como ese pingüino: empecé con loas a tu trabajo y he terminado describiéndolo. Quizá las dos actividades sean la misma: posees la audacia de creer que si haces una película sobre algo que te interesa también nos interesará, y así lo has probado.

Tú y tu trabajo son únicos e invaluables; ennobleces el cine en un momento en el que muchos se empeñan en envilecerlo. Gracias.

Con toda admiración, Roger

Mejores argumentos, perdón, no tengo.(F)