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octubre 19, 2011

Prietos y asalariados

por Mauricio González Lara

En México, si eres moreno y “clasemediero”, nunca pasarás de ser “un pinche asalariado de mierda”.

Es una disyuntiva a la que se enfrenta todo egresado universitario: construir una carrera en empresas ya establecidas o crear la compañía de sus sueños. El 80 por ciento del universo profesionista opta por unirse a una empresa, pues la satisfacción de contar con un negocio propio no es suficiente para contrarrestar la incertidumbre inherente a ser un agente libre o emprendedor.

En términos sociales, incluso, es mejor visto trabajar para una compañía conocida que contar con una empresa propia o presentarse como independiente (como si la marca para la que laboramos acreditara lo mucho o poco que valemos).  El mexicano promedio se muere por recibir un sueldo fijo, y si es de una trasnacional renombrada, mejor.

Bajo ese contexto, extraña que uno de los insultos favoritos de la clase media alta del país –los que precisamente se mueren por ser ejecutivos de un corporativo-  sea tildar de “asalariado” a todo aquel que no les permita saltarse las normas de convivencia del orden social, tal y como lo demuestra el reciente incidente de las “ladies de Polanco”, el escandaloso video exhibido en Youtube hace unos meses donde vemos cómo un par de mujeres en probable estado de ebriedad humillan verbalmente a un policía incapaz de proyectar un mínimo de autoridad.

“Chinga tu madre pinche asalariado de mierda, por putos como ustedes al país se lo está cargando la verga, pendejo”, les gritaban las coléricas ladies a los pusilánimes gendarmes.

La intensidad no sorprende: en México, el «asalariado» no es el profesionista que busca fabricarse un futuro, sino el “indio” al que le tocó joderse para mantener en la opulencia al dueño de la hacienda; significa no pertenecer a la burguesía; ser un pobre diablo que nunca va a superar su status de gato; ser un sirviente al que nunca se le deben olvidar sus límites, so pena de que se le recuerden mediante la reprimenda y la humillación pública. Los mexicanos que aspiran a ser burgueses, como las famosas “ladies de Polanco”, se sueñan como juniors no asalariados ajenos a las leyes mundanas. Risible consuelo: el insulto al jodido no es personal, sino una simple  afirmación de su desatado afán aspiracional.

Inmovilidad y racismo

En nuestro país, ser rico no equivale a ser un empresario que ha prosperado gracias a su visión y esfuerzo, sino a formar parte de un círculo privilegiado que poco o nada tiene que ver con la innovación empresarial. El trabajo no importa. Cuando se habla de la riqueza de Bill Gates, así sea por asociación semiconsciente, también se habla de la supremacía tecnológica de Estados Unidos y del alto nivel de innovación que ha sabido desarrollar en el transcurso del tiempo; cuando se habla de la riqueza de Slim o Azcárraga, en cambio, el debate siempre se centra en monopolios y competencia desleal.

Cuando se analiza la prensa nacional de negocios, lo primero que salta a la vista es que casi siempre se reportan los movimientos de personajes provenientes de una esfera de no más de 20 familias. Si revisamos revistas como Fortune o Fast Company, encontramos  apellidos como Buffett o Rockefeller, pero  también nombres de jóvenes que han logrado triunfar gracias a que tuvieron una idea genial y la supieron materializar con eficacia. En México, las historias empresariales de éxito no son las de los soñadores que empezaron desde abajo,  sino las de los juniors que  lo  heredaron todo de sus padres. Las posibilidades de salir del contexto en el que se nace son francamente remotas.

A la falta de movilidad se suma otro factor: el racismo. En su libro Por eso estamos como estamos (RHM, 2011), el analista Carlos Elizondo Mayer-Serra explica cómo la discriminación es un factor sustancial al retraso del país:

“Por más que el artículo primero de la Constitución prohíbe toda discriminación, en México ser más blanco sigue siendo mejor visto socialmente y da acceso a ciertos beneficios. La Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México da cuenta de cuán serio es este fenómeno: 20% de los mexicanos no estarían dispuestos a permitir que viviera en su casa un indígena, aunque 42% tampoco aceptaría en casa a un extranjero. La élite económica es fundamentalmente blanca. Ejemplo claro es el suplemento Club Social del diario Reforma: en un número típico no se encuentra una sola foto, ni entre los fotografiados durante celebraciones sociales ni en la propia publicidad, de una persona que no aparente origen europeo o, al menos, que tenga la piel clara. Las élites políticas y culturales son racialmente más plurales. Sin embargo, como me dijo una vez un amigo inglés, casado con una mexicana, y que vivió un tiempo en México: “No conozco ningún mexicano de la élite, en su sentido amplio, casado con una mujer con un color de piel más oscuro que el suyo”.”

El extremo de este racismo, anota Elizondo Mayer-Serra, se nota en los anuncios de prostitución del diario Metro, donde las sexoservidoras de origen sudamericano o del norte del país subrayan su físico blanco. Algunas declaran contundentemente: “No contrates sirvientas”, es decir, mujeres morenas y de baja estatura. O, en los términos usados por las “ladies de Polanco”, “asalariadas de mierda”.

Espejo deformado

En una circunstancia donde pesa más el apellido y recursos familiares que el alcance y preparación del individuo, integrarse a una empresa establecida o lanzar un negocio propio no tiene la menor importancia, ya que si eres moreno y “clasemediero” es muy probable que nunca pases de ser “un pinche asalariado de mierda”.

Las “ladies” están a años luz de ser unas “niñas bien”; de hecho, como se reveló después de que se “viralizó” su video en Youtube, pertenecen a un perfil ajeno a los verdaderos privilegiados (el simple apodo de una de ellas, “La negra”, la destierra inexorablemente de la verdadera alcurnia de Polanco). Ellas lo saben, pero al igual que la mayor parte de la clase media mexicana, prefieren contemplarse en un espejo donde el “naco” siempre es la persona de a lado, y nunca la que tienen enfrente. (F)

+Este texto se publicará en otro formato en la edición de noviembre de la revista Deep.


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