Alejandro González Iñárritu, director, despierta odios y afectos. Ambas posturas, por lo general, son motivadas por las razones equivocadas.
Ante el caos, la violencia y las generalmente malas noticias que prevalecen en nuestro país, no es extraño que muchos piensen que los mexicanos estamos hambrientos de “historias de éxito”; de personajes cuya perseverancia sea motor de inspiración para la sociedad; de roles modelo para todos aquellos que desean salir adelante, pero que sienten que no existen fundamentos para la esperanza de un futuro mejor.
Eso sería lo lógico, pero nada más alejado de la verdad: nos gustan los cuentos de las personas jodidas que salen de la pobreza porque se ganan el Melate o participan en un reality, o en el otro extremo de la cursilería, aplaudir la limosna disfrazada de generosidad, pero el ganador, aceptémoslo, no nos simpatiza; es más, sea porque descubre nuestras propias miserias, o porque de plano nos sentimos minimizados con su existencia, el triunfo indiscutible nos enoja y ofende. Quizá lo aplaudamos en un inicio, cuando hacemos propia y colectiva la inesperada victoria personal, pero con el paso del tiempo, casi de manera inevitable, la luz del otrora ídolo se revela insoportable, por lo que nos unimos a un coro de detractores que súbitamente enlista los defectos y pasivos –reales o inventados, qué más da- del árbol cuya sombra encontrábamos atractiva, pero que ahora nos disponemos a derribar.
Este fenómeno rebasa la envidia facilona que describe la clásica parábola de la cubeta y los cangrejos; más que homologar niveles, se trata de un revanchismo disfrazado de crítica ilustrada. Es un ataque en función de la autoexcitación, y no de la auténtica indignación. La “víctima” más reciente de esta triste dinámica nacional: Alejandro González Iñárritu, “El negro”, el director de cine que más amamos odiar.
Rara avis
En términos de desarrollo de trayectoria, González Iñárritu es un rara avis, pues a diferencia de casi todos los directores de cine, tan concentrados en su ansia realizadora, ya era una figura pública reconocida por labores previas a su carrera cinematográfica, lo que le granjeó simpatías y animadversiones antes de siquiera empezar a filmar.
Egresado de la Universidad Iberoamericana, comenzó su carrera profesional en 1986 como locutor de WFM (96.9 FM), estación que fue clave en el desarrollo cultural de la clase media alta chilanga de la época. Desde ese entonces, González Iñárritu ya tendía a dividir opiniones: sus detractores lo consideraban un DJ con exceso de confianza que nunca pudo acercarse a obtener la credibilidad de Rock 101, la entonces estación alternativa de la ciudad; sus fans, en cambio, lo consideraban un genio creativo que reinventaba la radio con innovadores golpes de efecto, tales como simular un noticiario que reportaba en vivo el caos vial provocado por un tipo atrapado en una caja fuerte, o las andanzas navideñas de un “pavo asesino”. Esta fama creativa redundó en que, tras un paso un tanto fallido por el área de producción de Televisa, González Iñárritu fundara Z, agencia de publicidad. En ese entonces, diseñó algunos comerciales vistosos pero muy derivativos, difícilmente la clase de material de un director con aspiraciones serias. Lo mismo puede decirse de Detrás del dinero, serie en la que colaboró para Canal 5, por lo que su debut en largometrajes, Amores perros, tomó al mundo por sorpresa en 2000. La película podía gustar o no, pero era un poderoso trabajo orgánico cuyo nervio era imposible ignorar; la clase de cinta sobre la que se podía construir una carrera.
“El negro” no desaprovechó la oportunidad: 21 gramos, Babel y Biutiful serían impensables sin la inercia triunfal de Amores perros. Amén de su rentabilidad, si Iñárritu hubiera debutado con cualquiera de sus cintas posteriores, probablemente sería hoy un director de una sola película.
Negro mamón
El éxito transforma a la gente en una especie diferente. Ese es un hecho, porque la gente que rodea al exitoso cambia, y tarde o temprano, lo quiera o no, también lo cambian a él. En Los amos de México, el periodista Jorge Zepeda Patterson describe con lucidez el fenómeno:
“Los que se acercan a Slim, Azcárraga, o a Bailleres, saben que una palabra, un proyecto aprobado, un arranque de generosidad de parte de ellos tiene el poder de cambiar vida y fortuna. A principios de 2007 entrevisté a Bill Gates y pude constatar la manera arrobada en que se acercaban hombres y mujeres, pobres y no tan pobres, a saludarlo. Lo reverenciaban como si en algún momento fuese a sacarse de la bolsa un millón de dólares para ofrecerlo a la menor provocación.”
El éxito, sin embargo, también provoca reacciones adversas -envidia y resentimiento- en la gente que no cuenta con los recursos para acercarse al triunfador. Todo esto, cabe señalar, se da de manera independiente a la personalidad del notable. No importa si es humilde o arrogante, simpático u odioso, bueno o malo, para los seres que logran acercarse al triunfador, y que mínimo contemplan la posibilidad de pedirle que se tome una foto con ellos, el exitoso será un tipazo al que habrá que besarle el trasero, por lo menos en ese momento; para los que no logran conocerlo, en cambio, será un imbécil infumable.
González Iñárritu, obviamente, dista de estar al nivel estelar de un Gates o Slim, pero su marca personal genera una dinámica similar. Cuando la “comentocracia” que maneja los medios en México lo entrevista o convive con él, se deshace en elogios y lambisconería, incluso cuando en privado aceptan que Biutiful es “pornografía sentimental”. ¿Por qué enemistarse con la puerta de entrada a Hollywood y Cannes, con el amigo de Javier Bardem y Brad Pitt? No tiene sentido. Por otro lado, sus detractores, aquellos que por lo general no logran entrevistarlo o están en las divisiones B o C de los medios, se regodean en críticas ofensivas y personales que no tienen absolutamente nada que ver con la obra del director. Ver las películas ni siquiera es requisito: el punto es criticar al “negro” por “payaso”, “engañabobos” y “creído”, punto.
En lo personal, con la excepción de Write the future, el brillante comercial que hizo para Nike con motivo del Mundial, no me gusta el cine de Iñárritu. Me parece predecible, acartonado y de un “jodidismo” tan ampuloso como molesto. No obstante, cada vez que escucho a alguien que lo descalifica por el hecho de ser “mamón”, sin ni siquiera citar su obra, la verdad es que me dan ganas de admirarlo. Mucho. ¿Estaré mal? (F)
+Este texto aparecerá en un formato diferente en el número diciembre-enero de la revista Deep.