Robert es una de las pocas estrellas con las que cuenta Hollywood. ¿Le queda algo por hacer?
El 4 de Julio de 2003, tras haber ingerido por varios días y sin interrupción decenas de speedballs, esos cocteles de cocaína que tanto gustaba de cocinar y cuya habilidad para hacerlo le habían ganado una merecida fama de “master chef” en los bajos fondos de California, Robert Downey Jr. por fin se hartó. Paró su coche a un lado de la Pacific Coast Highway, se quitó la ropa y tiró todas sus drogas al océano. Lloró por varias horas y, una vez repuesto, se vistió y fue al Burger King que se encontraba un kilómetro más adelante de la autopista. “Ya está”, pensó sin aspavientos. El menú de celebración, el único posible ante el desempleo y la carencia de efectivo: una Whopper doble y una orden de aros de cebolla. Cinco años después, Downey regresó a comer al Burger King. Esta vez, en lugar de una Whooper doble optó por algo mucho más ligero: la cajita para niños o Kids meal. ¿El juguete dentro de la cajita? Una figura de acción de Iron man. La redención más espectacular en la historia de Hollywood había sido completada. ¿Hacia dónde ir ahora?
La pregunta es más válida que nunca. Durante la época en que Downey estaba inmerso en el desmadre y la adicción, cualquier rol que pudiera conseguir era un triunfo en sí mismo. Cuando se toca fondo, la dirección a tomar es clara: hacia arriba, hacia la rehabilitación, hacia más películas y mejores contratos. ¿Pero qué hacer una vez que se llega a la cima? En 2010, Robert es el rey del planeta. Lo tiene todo: contratos por decenas de millones de dólares, media naranja exitosa (Susan Levin, la atractiva productora y VP de Silver Pictures), celebridad mundial y credibilidad en todas las esferas que importan. F. Scott Fitzgerald, autor de El Gran Gatsby, decía que “no existen segundos actos en la vida americana”. Eso quizá aplique para estrellas melifluas y sin chiste como Tiger Woods, cuyos multimillonarios contratos no aguantaron el ruidito de una simple calentura, pero para alguien como Downey Jr, un genuino emperador de lo “cool”, es el tercer acto, y no el segundo, el que constituye el verdadero problema.
Es irónico: pese a ser uno de los actores más completos en la historia del cine, la única carencia real de Robert son películas indiscutibles, cintas en verdad magníficas y atemporales. Con las probables excepciones de Una mirada a la oscuridad (A scanner darkly) y Vidas Cruzadas (Shortcuts), donde es un actor más de reparto, Downey no figura en obras maestras. Cuenta, eso sí, con despliegues memorables en películas que van de lo muy interesante a lo francamente malo, quizás algunas de ellas divertidas, otras no tanto. Pero las cintas importantes, ésas que construyen epifanías e inmortalidades, parecen eludirlo. Jeff Bridges es El gran Lebowsky y uno de Los fabulosos hermanos Baker; Bill Murray es la razón de ser de Perdidos en Tokio, Rushmore y Flores rotas; Sean Penn, además de ser un estupendo director, tiene Río místico, La delgada línea roja y sus trabajos con Brian De Palma; Nicolas Cage es una fuerza de la naturaleza en Adiós a las Vegas y Enemigo interno; vaya, hasta Tom Cruise tiene Magnolia, Ojos bien cerrados y Colateral. Sin duda Robert es un actor superior a Cage y Cruise, y está por lo menos al nivel del resto, ¿pero dónde están sus obras magnas?
Basta de celebraciones gratuitas. Ahora que Iron man 2 rebase la recaudación de la primera parte y se convierta sin dificultad en la película a vencer en la taquilla, Robert se verá obligado a tomarse un respiro y repensar las cosas. ¿Valió la pena abandonar la ruta de la autodestrucción para convertirse en un Will Smith de lujo, es decir, en un actor de innegable carisma pero intrascendente? ¿Cuánta celebridad más puede soportar? A sus 45 años, ya tiene el éxito, ¿le interesará la grandeza? El tercer acto apenas comienza.
*Las 12 películas claves de Robert Downey, «aquí»
**Este texto se publica en la edición de mayo de la revista Deep.