El Cártel de Sinaloa (una charla con Diego Osorno)

por Mauricio González Lara

Diego Enrique Osorno, periodista y autor de El Cártel de Sinaloa, habla sobre los errores de Felipe Calderón, la utilidad de los narcocorridos y el honor entre capos.


Más allá de de las espectaculares detenciones de capos y más capos, más allá de las fotos del cadáver de Beltrán Leyva decorado con billetes y joyas, más allá de las declaraciones vacuas de los funcionarios y las mesas de debate de los medios, más allá de los decapitados y Ciudad Juárez, más allá de los más de 15000 ejecutados a lo largo del sexenio, más allá de Genaro García Luna y su supercentro de inteligencia, más allá de los dealers y el Bar-bar, más allá de todo eso, ¿cuánto sabemos sobre “la guerra contra el narco”, sus trasfondos y múltiples contextos?

En El Cártel de Sinaloa: una historia del uso político del narco (Grijalbo, 2009), Diego Enrique Osorno, uno de los pocos periodistas del país interesados en hilvanar reportajes de investigación de largo aliento, intenta responder a la pregunta a través de un retrato coral de la organización criminal más poderosa de México. Aquí, Osorno discute los puntos finos de El Cártel de Sinaloa, al tiempo que brinda algunas pistas para comprender la complejidad del problema del narcotráfico.

¿En qué momento reparaste que la “guerra contra el narco” iba a ser el gran proyecto de este sexenio? ¿Eso fue lo que te motivó a escribir el libro?

Fue una sucesión de factores. En 2006, aparte de toda la controversia y el enfrentamiento que rodeó al resultado de las elecciones presidenciales, en el país existían muchos conflictos abiertos, muy graves, que pasaron a un segundo plano a causa de las campañas. Como reportero, no estaba muy interesado en cubrir las campañas, sino conflictos como la crisis en Oaxaca o tragedias como la de Pasta de Conchos, asuntos que formaban parte de la agenda nacional sin estar todo el tiempo en las primeras planas. Una vez que Calderón asumió la presidencia, fue muy desconcertante para mí ver como todos esos asuntos, los cuales  formaban parte de mi diálogo constante con la realidad, de repente desparecieron del discurso gubernamental para ser sustituidos por un problema supuestamente mayor, la lucha contra el narco. Recordemos: la primera imagen de Felipe Calderón como presidente es la de su toma de protesta en la Cámara de Diputados en diciembre de 2006, inmerso en el descrédito y las protestas; la segunda imagen, un mes después, es la de un presidente ataviado con uniforme militar, flanqueado por el secretario de Defensa y otros funcionarios, declarándole la guerra al narco en una base militar de Michoacán.

El cambio fue radical. Semióticamente, Calderón pasó de ser un hombre sumido en el caos al que nadie respetaba, a uno fuerte y decidido que peleaba contra un enemigo irrebatible. Los señalamientos en torno al uso político de la guerra contra el narco son ya hoy moneda común, pero en el 2007 casi nadie cuestionaba la dinámica. Las encuestas de opinión situaban a Calderón en grados de aceptación sumamente altos por el tono enérgico que adoptó al respecto. No es nuevo que un presidente débil recurra a medidas de fuerza para legitimarse. Durante el inicio de su sexenio, Salinas de Gortari arrestó a la Quina, desmanteló la estructura de Carlos Jonguitud en el sindicato de maestros y apresó a Miguel Angel Félix Gallardo, el “jefe de jefes” del Cártel de Sinaloa. Calderón ha aprovechado mediáticamente el combate a los narcotraficantes; le es de enorme utilidad en términos de imagen, pero es una decisión estrictamente política, tomada sin ninguna clase de estrategia, donde no se consultó a expertos ni se ponderaron los múltiples efectos negativos que podían activarse. La idea del libro, en el fondo, es exponer esos efectos a través de los ojos de los sectores afectados por el narco, desde las cúpulas empresariales de Monterrey a los campesinos de la Sierra de Guerrero, pasando por los archivos históricos del país y los mismos narcotraficantes. El narco es un fenómeno que afecta a todos. Mi objetivo fue documentar cómo se ve la guerra desde esos frentes, y reflexionar que vamos directo al fracaso si seguimos viendo el problema como una mera pelea.

Un reclamo reciente a la “guerra contra el narco” de Calderón es que no se ha golpeado al Cártel de Sinaloa, sino sólo a sus enemigos. ¿Compartes esa visión?

En la realidad mexicana existen poderes fácticos con los que cualquier presidente debe de dialogar y gobernar: Carlos Slim, el sindicato de Pemex, la maestra Elba Esther Gordillo, etcétera. El cártel de Sinaloa es uno de esos poderes fácticos. Ahora, a diferencia de los otros poderes, Felipe Calderón no se puede sentar  a hablar con Joaquín “el Chapo” Guzmán. No opera así. Sin embargo, debe de existir alguna clase de comunicación, así sea a través de otros actores. Pese a que el Cártel de Sinaloa es el statu quo del narco, con redes que se extienden por toda la geografía de poder del país, no se le ha tocado. Se han combatido a escisiones como la de los Beltrán Leyva y el Cártel de Juárez,  a enemigos  emergentes, surgidos en los últimos 20 años, como los Zetas, o a grupos caóticos, como lo que queda de los Arellano Félix o el Cártel del Golfo, pero no al Cártel de Sinaloa. El Cártel de Sinaloa es el referente del narco en México,  ningún esfuerzo es creíble si no se le golpea.

Otro aspecto que levanta sospechas es que una de las justificaciones para emprender esta cruzada fue que el narco era un cáncer que estaba carcomiendo al Estado, que se corría el riesgo de que se expandiera en una metástasis que colapsara a las instituciones. A más de tres años, no hemos visto ningún proceso en contra de un secretario de Estado o alto funcionario a causa de su complicidad en el tráfico de  estupefacientes. Ninguno. Todo se reduce a presentar al presidente como un soldado en una guerra contra un montón de criminales sin rostro. Eso es un efecto más de la debilidad del presidente, quien está sometido por lo peor de la clase política. Olvidémonos de pesos completos como Elba Esther Gordillo, Calderón ni siquiera pudo con gobernadores como Ulises Ruiz o Mario Marín, el “góber precioso”. ¿Se encarcelaron a los políticos coludidos con el narco? Hasta ahora, la única acción al respecto no ha sido contra funcionarios de alto nivel, sino contra alcaldes de Michoacán a los que a la larga no se les pudo comprobar nada. Es una trampa retórica.

En el libro narras la vida de varios capos sinaloenses a lo largo de la historia. Da la impresión de que había un código de honor más estricto entre los narcos del siglo pasado, como si los criminales de antes fueran “hombres de palabra”, más íntegros.

Lo que pasa es que antes el narco estaba más concentrado. La lógica es similar a la que caracterizó al mundo empresarial hace un par décadas, cuando muchas compañías quebraron una vez que el país se abrió a la competencia y se complicaron los mercados. El ámbito de las drogas estaba dominado por unos cuantos narcotraficantes y no había necesidad de enfrentamientos. Hoy, ante el tamaño de la demanda, la competencia es feroz y la violencia se ha intensificado a grados insólitos. El mundo que le tocó fundar a Miguel Angel Félix Gallardo, el “jefe de jefes” de Sinaloa,  se segmentó: sus antiguos gerentes de zona lanzaron sus propias divisiones criminales. No es casual que la detención de Félix Gallardo se diera durante el salinismo, la era de los grandes cambios globalizadores.  El encarcelamiento de  Félix Gallardo fue el detonante para que el monopolio nacional del comercio de drogas se tornara en el oligopolio violento de la actualidad. La situación no empeoró porque se perdiera un hipotético código de honor entre los criminales, sino por los mismos cambios sistémicos. En ese sentido, los testimonios de Félix Gallardo en el libro son reveladores: él se ve como un soldado del viejo sistema  al que le tocó pagar el precio del cambio, a la vez que  responsabiliza a las autoridades de haber reorganizado el negocio. Los narcos, finalmente, son hombres de su tiempo, y así debe explicarse su comportamiento.

¿Qué papel juega la mitología cultural del narco en su poderío? ¿Son expresiones espontaneas o instrumentos propagandísticos?

La cultura del narco no es espontanea, sino una propaganda planificada con el fin de crear bases sociales y penetrar en la comunidades. Para los narcos no hay imposibles: cuando no pueden recurrir a los santos tradicionales de la iglesia, inventan a Malverde y la Santa Muerte; cuando se les cierra la música tradicional, inventan los narcocorridos; cuando no pueden reclutar adeptos mediante la promesa de un buen empleo, crean una propaganda que glorifica al forajido y la ostentación. Los narcos poseen un refinado entendimiento de nuestra tradición cultural. Antes, los corridos eran expresiones que relataban las andanzas de héroes libertarios  del pueblo como Emiliano Zapata, Pancho Villa o Lucio Cabañas; ahora, son sobre narcotraficantes que, si bien operan fuera de la ley, se han posicionado como los nuevos héroes de la población. Los narcos utilizan el narcocorrido con una intención doble: por un lado, sirve de publicidad aspiracional para los jóvenes que desean salir de la pobreza, y por otro, le da alma y sentimiento al sistema de valores que deben de adoptar una vez que ingresan al crimen.

La mitología del narco se ha transformado en el Olimpo de los sectores marginados por el neoliberalismo, en la única alternativa para escapar de la miseria. Hay muchos más adolescentes en el país que quieren ser como “el Chapo” Guzmán que como Genaro García Luna, el secretario de Seguridad Pública. Existen varios libros que presentan las historias de los narcotraficantes como si fueran un narcocorrido, donde se les glorifica y celebra; otros, en cambio, parecen reportes policiacos, sesgados y corrompidos. Ese aspecto me preocupaba: no quería escribir un reportaje oficialista, pero tampoco quería ensalzar la cultura del narco. La cultura es un frente de batalla donde el gobierno no ha hecho nada. Medellín, considerada hasta hace poco como una de las ciudades más peligrosas del mundo, logró salir de la espiral de la violencia gracias a que el gobierno adoptó una estrategia integral que contempló altas inversiones en cultura y deporte.  En los lugares más pobres de Medellín se erigieron seis bibliotecas de primer nivel, se construyeron canchas de futbol, se activó el arte, se libró una pelea contra la cultura del crimen. El presupuesto cultural de Medellín es mayor que el de todo el ministerio de cultura de Colombia. Se creó identidad y se dignificó a la sociedad. Esa es una batalla inteligente, no como la que tenemos en México. Yo he platicado con jóvenes en zonas controladas por los Zetas: viven en condiciones tan tristes que casi basta con que alguien se acerque a la esquina con un balón para que acepten ser reclutados. Suena delirante, pero ésa  es la realidad.

*Esta entrevista aparece en la edición de abril de la revista Deep. ¡Cómprenla!

4 Responses to “El Cártel de Sinaloa (una charla con Diego Osorno)”

  1. «En la realidad mexicana existen poderes fácticos con los que cualquier presidente debe de dialogar y gobernar: Carlos Slim, el sindicato de Pemex, la maestra Elba Esther Gordillo, etcétera. El cártel de Sinaloa es uno de esos poderes fácticos.»

    OUCH!

    Fascinante la entrevista Mauricio, muchas felicidades! Pronto me hare tiempo para leer el libro de Osorno, por cierto que opinaste de la entrevista (o mas bien cronica de encuentro que entrvista no fue la verdad) al Mayo?

  2. Pues mucho ruido y pocas nueces.
    ¡Un abrazo Kolinazo!

  3. DESCONOCEN TOTALMENTE LA REALIDAD DE MEDELLIN – OJO – QUE ES UNA CIUDAD DONDE EL INDICE DE OMICIDIOS EN EL 2009 Y 2010 SON ALARMANTES – OTRA COSA ES QUE NO SE SAQUEN A LA LUZ – A ESTE ESCRITOR QUE IGNORA ESA REALIDAD LO INVITO A LEER ARTICULOS DE REVISTAS Y PERIODICOS QUE LO DEMUESTRAN (REVISTA SEMANA.COM – EL TIEMPO) – NO PONGAN EJEMPLOS TAN REBUSCADOS – COLOMBIA ES UNA NARCODEMOCRACIA – LO DIGO TRISTEMENTE COMO COLOMBIANO-

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